dilluns, 12 de gener del 2009

In dubio pro reo

Cómo calmaremos el odio. Es una pregunta que culaquier persona con sentido común se hace al ver estos niños, mujeres y civiles masacrados. No debería estar permitido jugar con las palabras a los verdugos. Esta no es una guerra solo contra Hamás. Hasta cuándo seguirán, dónde está el límite del deseo de venganza de un Israel atemorizado, cómo gestinarán el odio cuando llegue la tregua... Demasiadas preguntas, pero nosotros insistimos que lo que pase en el mundo no nos puede ser indiferente, y además el derecho penal nos recuerda con la máxima latina IN DUBIO PRO REO, es decir, que ante la duda hay que ponerse de la parte del más débil.

A continuación os ponemos un artículo muy ponderado de Manuel Vicent que puede hacer pensar incluso a los que intentan ser más ecuánimes y no tomar partido por los palestinos.


El odio
MANUEL VICENT

Cuando termine la matanza actual, el odio sucio que quede en el aire será el arma de más largo alcance en esta guerra perpetua entre Israel y Palestina. El tiempo no cuenta. Tarde o temprano estos niños de Gaza destrozados en las escuelas, los heridos rematados por bombas de racimo en los propios hospitales, las casas y mezquitas destruidas con decenas de muertos cada día fermentando bajo los cascotes, trabajo ejecutado a la perfección por el ejército israelí, uno de los más poderosos del mundo, no harán sino ahondar el pozo negro en el que se van a sepultar todos, las víctimas y los verdugos, los vencedores y los vencidos. Para saber lo vulnerable que se siente Israel, no hay más que ver con qué extrema saña, pareja a la agonía, ataca a un pueblo hacinado en la miseria, desesperado y prácticamente indefenso.
Convertido en una maquinaria de guerra, con la precisión de una garra de tigre, el ejército hebreo responde a las estúpidas provocaciones de los fanáticos de Hamás con una demoledora lluvia de acero sobre Gaza para cobrarse los cadáveres al ciento por uno, que es el rédito prometido por Yavhé a los suyos. Pero no se trata de ningún triunfo. De hecho, la inseguridad radical del estado de Israel es también nuestro propio riesgo, no exento de culpa. Como el odio de los humillados es el arma de más largo alcance, cualquiera de nosotros un día puede saltar por los aires mientras esté comiendo chuletas en un asador de Madrid o tomando una copa en un café de París o de Nueva York. Si se dejan a un lado las disquisiciones de los analistas acerca de este conflicto enquistado, lo cierto es que uno no podría vivir hoy con una mínima dignidad si no denunciara este exterminio perpetrado por los israelíes contra el pueblo palestino, aunque solo sea para no despreciarse ante el espejo al afeitarse. A cualquier cataclismo de la naturaleza le sigue el silencio de Dios, que nunca reivindica a miles de muertos. Ningún creyente se escandaliza. Pero la matanza indiscriminada que Israel impone a la población civil de Gaza es una catástrofe moral y callar, escurrir el bulto, buscar motivos para justificarla no deja de ser una bajeza. Por otra parte, Israel nunca podrá vencer con las armas. Sólo la paz duradera será su gran victoria.

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